Sería
divertido espiar las reacciones de un purista de las reglas
narrativas mientras lee La plenitud de la señorita Brodie. Cierto
que con el tiempo este libro de Muriel Spark se ha convertido en uno
de los grandes clásicos de la literatura británica del siglo XX,
pero su estructura desafía cualquier principio de esos que se
consideran como sacrosantos: hay tantos saltos temporales y desvíos
narrativos que dibujar un diagrama cronológico daría como resultado
una obra dadaísta.
Los
saltos hacia delante y hacia atrás ya no suponen ninguna novedad, al
igual que los cambios de perspectiva, pero Spark, quien en todo
momento mantiene la frescura, sin caer en la fórmula, consigue dotar
a estos recursos de una impertinencia que obliga al lector a mantener
la atención en todo momento. En realidad ni tan siquiera hay un
punto fijo de referencia: en cualquier momento te puedes encontrar
con que el relato ha avanzado 15 años, para enseguida, a veces
incluso en el mismo párrafo, retroceder otros siete.
Pero
este aparente descontrol (en realidad perfectamente medido) no se
limita al apartado temporal, sino que el punto de vista y los sucesos
que se narran también varían con una alegría anárquica. Los
personajes se van pasando el testigo de la historia sin dar un
respiro, matizando la información proporcionada de manera abrupta,
lo que provoca que cada vuelta de página prometa un reto, una nueva
sorpresa que desbarata todo lo que hasta entonces habíamos intuido.
Como
suele ser habitual en Spark, en el fondo de la historia hay una
moraleja, pero tan oculta detrás de capas y capas de subjetividad y
pistas falsas que es difícil sacar una conclusión clara. Aquí no
hay bandos, incluso conceptos en apariencia tan claros como el de
traición se vuelven difusos. Así como cada detalle puede significar
un giro total en lo que creíamos saber, cada nueva lectura puede dar
como resultado interpretaciones diferentes. Lo único que queda claro
es que, al igual que la señorita Brodie, cuando Spark escribió esta
novela estaba en su plenitud y creó uno de esos libros que no se
acaban nunca.
Editorial
Pre-Textos
Traducción
de Silvia Barbero
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