lunes, 6 de octubre de 2014

Muerte en el seminario, de P. D. James


Después de 50 años de carrera literaria, P. D. James se sabe todos los trucos del género detectivesco. Y, aunque no sea una autora especialmente prolífica, sus lectores también han adquirido la capacidad de detectar sus temas recurrentes y su muy particular estilo. En sus libros se combina a la perfección una fórmula reconocible (y que no por repetida cansa) y una calidad literaria que la sitúa como una de las mejores escritoras de este superpoblado género.

Cuando parece que ya todas las tramas están inventadas y que no hay más vueltas de tuerca posibles, lo que queda es el ambiente y los personajes, dos terrenos en los que P. D. James se mueve con absoluta maestría. En Muerte en el seminario nos encontramos en un lugar de reminiscencias góticas, un seminario aislado y decadente, en el que los cadáveres se multiplican con preocupante asiduidad. James solo siembra unas pequeñas semillas de extrañeza, esas puertas que se cierran de golpe, ese viento que no permite ni caminar, esos restos de sangre que nadie sabe de dónde ha salido. Pero de alguna manera, y sin recurrir a golpes bajos, logra provocar inquietud, que ni tan siquiera el lector se pueda sentir seguro.




Aunque en la primera parte sea casi un personaje secundario, en Muerte en el seminario nos volvemos a encontrar al inspector Dalgliesh en su plenitud. Como el estilo de la propia James, Dalgliesh parece casi invisible, no hace descubrimientos deslumbrantes, no sorprende con deducciones propias de una menta privilegiada. Solo hay meticulosidad, un preciso seguimiento de las pistas y, eso sí, una extraordinaria capacidad para leer la mente de los sospechosos. Pero la riqueza de la novela viene por el conjunto de los invitados, no solo los viejos conocidos, sino estos sacerdotes, seminaristas e invitados varios, cada uno perfectamente dibujado y con sus secretos ocultos.

Es curioso que la tarea detectivesca del lector se vea apoyada más que por las pistas diseminadas acá y allá, por la descripción del carácter de cada personaje. Incluso su forma de hablar es pertinente. No se trata de la simpatía o la falta de esta que James le dedica a cada uno de ellos (después de todo, no hay pista falsa más sencilla que esta), sino de un fondo moral que se transluce en ciertos comentarios sueltos, en una actitud impropia. Pero, a fin de cuentas, el quién lo hizo ni tan siquiera es lo más importante. Lo verdaderamente central en las novelas de James es el peso del pasado y de la culpa. Y el modo de librarse de él.

Editorial Ediciones B
Traducción de Mª Eugenia Ciocchini

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