Después
de 50 años de carrera literaria, P. D. James se sabe todos los
trucos del género detectivesco. Y, aunque no sea una autora
especialmente prolífica, sus lectores también han adquirido la
capacidad de detectar sus temas recurrentes y su muy particular
estilo. En sus libros se combina a la perfección una fórmula
reconocible (y que no por repetida cansa) y una calidad literaria que
la sitúa como una de las mejores escritoras de este superpoblado
género.
Cuando
parece que ya todas las tramas están inventadas y que no hay más
vueltas de tuerca posibles, lo que queda es el ambiente y los
personajes, dos terrenos en los que P. D. James se mueve con absoluta
maestría. En Muerte en el seminario nos encontramos en un lugar de
reminiscencias góticas, un seminario aislado y decadente, en el que
los cadáveres se multiplican con preocupante asiduidad. James solo
siembra unas pequeñas semillas de extrañeza, esas puertas que se
cierran de golpe, ese viento que no permite ni caminar, esos restos
de sangre que nadie sabe de dónde ha salido. Pero de alguna manera,
y sin recurrir a golpes bajos, logra provocar inquietud, que ni tan
siquiera el lector se pueda sentir seguro.
Aunque
en la primera parte sea casi un personaje secundario, en Muerte en el
seminario nos volvemos a encontrar al inspector Dalgliesh en su
plenitud. Como el estilo de la propia James, Dalgliesh parece casi
invisible, no hace descubrimientos deslumbrantes, no sorprende con
deducciones propias de una menta privilegiada. Solo hay
meticulosidad, un preciso seguimiento de las pistas y, eso sí, una
extraordinaria capacidad para leer la mente de los sospechosos. Pero
la riqueza de la novela viene por el conjunto de los invitados, no
solo los viejos conocidos, sino estos sacerdotes, seminaristas e
invitados varios, cada uno perfectamente dibujado y con sus secretos
ocultos.
Es
curioso que la tarea detectivesca del lector se vea apoyada más que
por las pistas diseminadas acá y allá, por la descripción del
carácter de cada personaje. Incluso su forma de hablar es
pertinente. No se trata de la simpatía o la falta de esta que James
le dedica a cada uno de ellos (después de todo, no hay pista falsa
más sencilla que esta), sino de un fondo moral que se transluce en
ciertos comentarios sueltos, en una actitud impropia. Pero, a fin de
cuentas, el quién lo hizo ni tan siquiera es lo más importante. Lo
verdaderamente central en las novelas de James es el peso del pasado
y de la culpa. Y el modo de librarse de él.
Editorial
Ediciones B
Traducción
de Mª Eugenia Ciocchini
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