Edgar Morin es uno de esos sabios cuya vida atraviesa y define gran parte
del siglo XX. Pero en Vidal y los suyos no se situó a sí mismo en
el centro de la narración, sino que prefirió rememorar la figura de
su padre para contar a la vez una historia íntima y que describe los
avatares por los que pasó Europa durante un tiempo convulso.
Perteneciente a una familia judía sefardí que nunca olvidó sus
orígenes, criado en la cosmopolita Salónica de principios de siglo,
instalado en Francia por elección, Vidal llevó una vida tan de
perfil como crucial para todos aquellos que le conocieron.
Pero
Morin prefiere tomar distancias a la hora de escribir la biografía
de su padre. Cuando él mismo aparece en el relato, lo hace en
tercera persona, como un personaje más. Y las fuentes utilizadas son
las mismas que las que utilizaría un biógrafo profesional: un
relato oral del mismo Vidal (recogido por su nieta, la historiadora
Véronique Grappe-Nahoum), multitud de correspondencia, testigos,
documentos de diverso tipo... Vidal era un gran contador de
historias, pero no siempre fiable, a menudo celoso de su intimidad,
así que mejor contrastar informaciones.
Esta
dualidad en el punto de vista que se divide entre un hijo que a la
fuerza tiene una mirada sesgada hacia su padre y la del investigador
con pretensiones de objetividad hacen del libro una experiencia
extraña. El cariño y la devoción se manifiestan a menudo, pero
parece como sí siempre estuvieran sujetas al rigor histórico. Morin
no soslaya los momentos más delicados de la vida de su padre, sus
carencias y debilidades, pero siempre lo retrata con comprensión y
simpatía.
Y
es que Vidal era un personaje muy particular, al parecer con un
atractivo irresistible. Según se narra, vivió las dos guerras
mundiales como una aventura en la que lo importante era sobrevivir,
sin hacerse notar. Tuvo una vida sentimental animada, incluso
bastante después de haber cumplido los 80 (o al menos lo intentaba).
Mantuvo las tradiciones sin darle importancia, se abrió al mundo sin
alejarse nunca de Salónica, marcó a su hijo, que se convirtió en
un padre para él, y se negó a convertirse en emblema de nada ni de
nadie. Solo quiso vivir, y lo consiguió.
Editorial
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
Traducción
de María Cordón y Malika Embarek
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