jueves, 2 de octubre de 2014

Recuerdos de una mujer de la generación del 98, de Carmen Baroja


Carmen Baroja y Nessi se declaraba explícitamente feminista en una época en la que tal término no solo era una osadía, sino un pecado. Pero ni tan siquiera era necesario que revindicara de manera general los derechos de las mujeres: la lectura de sus memorias es la demostración palpable de la injusticia en la que vivió. Si hubiera tenido las mismas oportunidades que sus hermanos, sin duda se habría convertido en una escritora respetada o en una artista de éxito: en ambos campos demostró que estaba dotada para realizar grandes obras.

La historia de la recuperación de estos Recuerdos de una mujer de lageneración del 98 es singular. Por algún motivo, sus hijos nunca se preocuparon de publicarlo, y tuvo que ser Amparo Hurtado quien, tras una encomiable labor de investigación y edición, nos permitiera descubrir esta nueva perspectiva de una familia fascinante. Puede que Carmen, al igual que sus hermanos, no sea simpática, y que a veces sorprenda su frialdad, dirigida incluso a su marido (a quien, a lo mejor, aprecia), pero su retrato de la vida a principios del siglo XX es impagable.




Recuerdos no un repaso a los grandes nombres que conoció, y cuando estos aparecen, no se ahorra crueldad. Sus mejores aguijones están dedicados a Cipriano Rivas Cherif, Gómez de la Serna ("tenía la enorme originalidad de ser el único Ramón que había en el mundo, creo que todo lo que escribía era tan original como esto") y Ortega y Gasset ("a pesar de su maravillosa manera de hablar y de su no menos maravillosa manera de escribir, me pareció siempre en su vida el colmo de la cursilería"). En cuanto a los bandos de la Guerra Civil, despreciaba tanto a los de una parte como a los de la otra.

Pero Carmen Baroja tampoco evita descripciones poco amables de sus hermanos (se ve claramente que no soportaba a Pío, en esto era como todo el mundo). En este aspecto, como en muchas otras cosas, el libro es poco convencional. No hay retrato de infancia, hay elipsis en momentos que se pensarían clave, y cuando estos son retratados (muertes, nacimientos...) es habitualmente de manera esquiva, como no queriendo mostrarse demasiado. Los pocos momentos de verdadera felicidad, como su participación en el grupo de teatro experimental de El mirlo blanco o su labor en la fundación del Lyceum Club femenino son tan refulgentes como breves.

El tono del libro es apesadumbrado, Baroja no quiere ocultar su tristeza, que está tanto en su naturaleza como en una inefable frustración, quizá provocada por no haber podido realizarse como artista, quizá por fracasos románticos. Su única satisfacción se la dan sus hijos, su sostén en los momentos más duros. Pero el lector tendrá que agradecerle no solo un imprescindible y novedoso punto de vista sobre la familia Baroja, sino su propia cualidad testimonial, su sinceridad y su llaneza. Esto es lo que vivió, así lo vivió, y no piensa callarse.

Editorial Tusquets

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