Aunque
se diría que para muchos escritores parece que no haya nada detrás
del espejo, tampoco es muy difícil darse cuenta de que hay muchos
mundos sin necesidad de buscar muy lejos. Y se trata de lugares que
son fácilmente reconocibles, pero que sin embargo por algún motivo
permanecen inexplorados. En La buena reputación Ignacio Martínez de Pisón vuelve su mirada hacia un pasado reciente, pero que en muchos
casos se ha querido borrar de la memoria, y a un lugar que combina la
poderosa mezcla de cercanía y exotismo, como representa Melilla.
Pero
el rastreo de Martínez de Pisón va más allá y sigue los pasos de
los judíos españoles, sujeto casi totalmente obviado por la
narrativa nacional. Con un material así el autor se podría haber
limitado a pintar un fresco histórico de esos tan bien documentados
y precisos como fríos, pero ha preferido centrarse en la parte más
humana de sus personajes, en unos conflictos familiares que no dejan
bien a nadie y que sin embargo tienen el prurito de la redención.
Sus personajes no son metáforas, sino seres de carne y hueso con los
que más que empatizar se busca la comprensión.
La
buena reputación es una novela extensa, y sin embargo es
prodigioso que dé tanto de sí. De una manera fluida, casi
imperceptible, se recorren cuatro décadas de la historia española
mientras se pasea por gran parte de su geografía. Pero, como
decíamos, lo importante son sus protagonistas, desde ese complejo,
contradictorio y abrumado patriarca, el judío renacido Samuel, hasta
los nietos de la familia, que tienen que adaptarse a un nuevo país
cuando son incapaces de vivir en paz en su propio hogar, pasando por
las mujeres de la familia, verdaderos ejes de la acción. Mercedes,
la madre, es tan manipuladora y en ocasiones perversa como víctima,
mientras que Miriam, la hija, es pasiva y siempre a remolque de las
decisiones de los demás.
Miriam
es el personaje mejor construido, el que tiene más matices y vida
que transmitir. Es una lástima que la última parte, dedicada a su
hijo Daniel, decaiga un poco en interés, quizá por falta de
imbricación con el resto del relato y por hacer demasiado evidente
lo que hasta entonces había sido implícito. Pero lo que queda es el
disfrute de una novela de perfecta construcción, en la que Martínez
de Pisón demuestra poseer un total dominio del oficio. Es curioso
que, siguiendo las directrices más clásicas del género, Martínez
de Pisón se haya convertido en un espécimen tan raro.
Editorial
Seix Barral
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