En
la contraportada de ¿Qué estás mirando? se dice que es un libro
dirigido tanto a convencidos como a escépticos, lo que, con matices,
es cierto. Los admiradores del arte contemporáneo encontrarán en el
libro de Will Gompertz un ágil compendio de los más destacados
movimientos artísticos del último siglo y medio en el que además
podrán descubrir algunos nombres que añadir a la lista, mientras
que los que se toman todo esto a rechufla mantendrán una constante
discusión con el autor, a menudo sazonada con interjecciones y
muestras de incredulidad. Entretenido es.
Gompertz,
periodista sin formación académica, fue director de Tate Media y
actualmente es editor de BBC Arts, lo que da fe de su conocimiento de
primera mano del mundillo artístico internacional, o lo que es lo
mismo, del mundo de los grandes negocios. Pero como historiador del
arte su metodología es bastante discutible. Él mismo confiesa que
no pretende emular a Ernst Gombrich o Robert Hughes, pero más allá
de su acreditado dominio de la materia, al presentar la sucesión de
corrientes artísticas como un proceso determinista se aparta de la
historiografía moderna.
Es
fácil dibujar una línea que lleve directamente del romanticismo al
expresionismo abstracto, y es evidente que cada movimiento creativo
tiene sus raíces en propuestas anteriores (aunque sus integrantes lo
nieguen), pero de ahí a colegir que irremediablemente la historia
del arte ha sido una sucesión dirigida (¿por un poder superior?)
hay un salto de fe infranqueable. De hecho Gompertz, aun sin
quererlo, traza a menudo paralelismos entre el arte y las creencias
religiosas difíciles de sostener. Uno cree en el poder trascendental
de los objetos artísticos como puede creer en un santo, pero que
nadie busque racionalidad aquí.
Otro
de los problemas que quedan sin resolver es que este arte
contemporáneo reivindicado por Gompertz apela a los sentimientos
(cuando se visita un museo o una galería hay que dejarse llevar por
lo que la experiencia mueve en el interior del espectador, sin buscar
explicaciones), y sin embargo, todos estos movimientos vienen
acompañados por un aparato explicativo abrumador. Para llegar al
fondo del sentido de un cuadrado vacío hay que bien referirse a
poderes inefables del universo o leerse una tesis. Cuando no conocer
al detalle la biografía del artista para llegar a atisbar algo de
sus implicaciones metafísicas.
Aunque
el libro es ameno y Gompertz se permite algunas veleidades con la
ficción (esas conversaciones imaginadas entre artistas, que sin
embargo abandona pronto), echamos de menos algo del sarcasmo que se
suele encontrar en los autores británicos, incluso a niveles más
académicos. A veces se percibe algo de sorna, como cuando Gompertz
habla de los minimalistas, pero todo esto queda solapado por la
admiración incondicional que muestra hacia las obras. Me gusta,
luego algo tiene que tener.
También
es llamativo que muchos de los héroes del libro sean personas que en
realidad despreciaban el arte y querían destruirlo (caso de Duchamp,
que Gompertz sitúa en el centro de su relato), lo que podría dar
una nueva interpretación a toda este batiburrillo. Otra afirmación
que nos ha llamado la atención es una idea que ya habíamos leído a
Trapiello como crítica, y que sin embargo Gompertz defiende con
total seriedad: en el arte moderno lo importante no es hacer algo con
valor, sino tener la ocurrencia el primero. Lástima que al parecer
todas las burlas ya las dijo alguien antes.
Editorial
Taurus
Traducción
de Federico Corriente Basús
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