lunes, 13 de octubre de 2014

¿Qué estás mirando?, de Will Gompertz


En la contraportada de ¿Qué estás mirando? se dice que es un libro dirigido tanto a convencidos como a escépticos, lo que, con matices, es cierto. Los admiradores del arte contemporáneo encontrarán en el libro de Will Gompertz un ágil compendio de los más destacados movimientos artísticos del último siglo y medio en el que además podrán descubrir algunos nombres que añadir a la lista, mientras que los que se toman todo esto a rechufla mantendrán una constante discusión con el autor, a menudo sazonada con interjecciones y muestras de incredulidad. Entretenido es.

Gompertz, periodista sin formación académica, fue director de Tate Media y actualmente es editor de BBC Arts, lo que da fe de su conocimiento de primera mano del mundillo artístico internacional, o lo que es lo mismo, del mundo de los grandes negocios. Pero como historiador del arte su metodología es bastante discutible. Él mismo confiesa que no pretende emular a Ernst Gombrich o Robert Hughes, pero más allá de su acreditado dominio de la materia, al presentar la sucesión de corrientes artísticas como un proceso determinista se aparta de la historiografía moderna.

Es fácil dibujar una línea que lleve directamente del romanticismo al expresionismo abstracto, y es evidente que cada movimiento creativo tiene sus raíces en propuestas anteriores (aunque sus integrantes lo nieguen), pero de ahí a colegir que irremediablemente la historia del arte ha sido una sucesión dirigida (¿por un poder superior?) hay un salto de fe infranqueable. De hecho Gompertz, aun sin quererlo, traza a menudo paralelismos entre el arte y las creencias religiosas difíciles de sostener. Uno cree en el poder trascendental de los objetos artísticos como puede creer en un santo, pero que nadie busque racionalidad aquí.




Otro de los problemas que quedan sin resolver es que este arte contemporáneo reivindicado por Gompertz apela a los sentimientos (cuando se visita un museo o una galería hay que dejarse llevar por lo que la experiencia mueve en el interior del espectador, sin buscar explicaciones), y sin embargo, todos estos movimientos vienen acompañados por un aparato explicativo abrumador. Para llegar al fondo del sentido de un cuadrado vacío hay que bien referirse a poderes inefables del universo o leerse una tesis. Cuando no conocer al detalle la biografía del artista para llegar a atisbar algo de sus implicaciones metafísicas.

Aunque el libro es ameno y Gompertz se permite algunas veleidades con la ficción (esas conversaciones imaginadas entre artistas, que sin embargo abandona pronto), echamos de menos algo del sarcasmo que se suele encontrar en los autores británicos, incluso a niveles más académicos. A veces se percibe algo de sorna, como cuando Gompertz habla de los minimalistas, pero todo esto queda solapado por la admiración incondicional que muestra hacia las obras. Me gusta, luego algo tiene que tener.

También es llamativo que muchos de los héroes del libro sean personas que en realidad despreciaban el arte y querían destruirlo (caso de Duchamp, que Gompertz sitúa en el centro de su relato), lo que podría dar una nueva interpretación a toda este batiburrillo. Otra afirmación que nos ha llamado la atención es una idea que ya habíamos leído a Trapiello como crítica, y que sin embargo Gompertz defiende con total seriedad: en el arte moderno lo importante no es hacer algo con valor, sino tener la ocurrencia el primero. Lástima que al parecer todas las burlas ya las dijo alguien antes.

Editorial Taurus
Traducción de Federico Corriente Basús


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