jueves, 3 de diciembre de 2015

El corazón de las tinieblas, de J.P. Ostriker y Simon Mitton


El corazón de las tinieblas es uno de esos libros que hacen sentirse al lector más inteligente. Y no solo por todas las cosas que aprende, sino porque es capaz de entender complejos conceptos sin necesidad de darse de golpes contra la pared. Pero, en realidad, la mayor parte del mérito la tienen los autores: con que el lector ponga su atención, la sencillez de las explicaciones de Jeremiah P. Ostriker y Simon Mitton hará el resto.

Está claro que la combinación no podía ser más adecuada. Ostriker es un pionero en la investigación de la materia oscura, mientras que Mitton es un experto en historia y filosofía de la ciencia, así que la experiencia conjunta de ambos, los conocimientos universales y su capacidad de divulgación, se aúnan para ofrecer un libro accesible y ameno que penetra en algunas de las cuestiones en apariencia más inextricables de la ciencia actual y sale airoso.

Para conseguir tal prodigio, los autores apenas hacen uso de unas matemáticas de secundaría conocidas por cualquier tipo de lector, además de explicar cada paso con metáforas simples y fácilmente comprensibles para los no expertos en la materia. En menos de trescientas páginas, Ostriker y Mitton realizan un compendio del estado de la cuestión que clarifica lo que se puede explicar y deja las puertas abiertas a diversas interpretaciones a lo que no se puede entender de momento.

De hecho, pese al título del libro, el estudio de la materia y energía oscuras solo ocupan aproximadamente un tercio del total del volumen. En la primera parte los autores recorren la historia de la astronomía y la astrofísica desde sus inicios hace más de dos milenios, deteniéndose en los grandes avances del saber, hasta llegar a la pronunciada aceleración del conocimiento durante el último siglo.

Tras un resumen bien estructurado y progresivo de la astrofísica de esta última centuria, Ostriker y Mitton por fin se detienen en esa masa y energía doblemente oscuras, porque además de serlo por definición, también comparten la oscuridad en el sentido de que no son en absoluto comprensibles ni tan siquiera para los estudiosos más avanzados de la actualidad. Pero, al menos, después de leer este libro, somos un poco más conscientes de todo lo que no sabemos, lo cual no es un mal punto de partida.

Editorial Pasado & Presente

Traducción de Francesc Pedrosa

miércoles, 2 de diciembre de 2015

La señorita Pym dispone, de Josephine Tey


Quizá el mayor misterio de La señorita Pym dispone sería identificar a qué género pertenece. Porque, pese a las apariencias, sería equívoco inscribirla como novela de detectives: el crimen, que inevitablemente tiene lugar, no sucede hasta bien entrada la novela; y la investigación posterior apenas merece tal nombre. Ni sospechosos, ni pistas a seguir, ni interrogatorios. Y aunque Josephine Tey se permite un guiño final, está claro que el juego intelectual que suele proponer una novela de misterio clásico no está entre sus prioridades.

En realidad, sin necesidad de forzar mucho las interpretaciones, se podría considerar La señorita Pym dispone como un libro teológico. Ya desde su título, de reminiscencias bíblicas, Tey parece proponer un sistema de referencias en el que el habitual papel del escritor como deus ex machina se traslada a su protagonista, situada en una posición en la que puede jugar a ser dios y decidir sobre el destino de quienes la rodean. Como era de esperar, el experimento le saldrá fatal: mejor controlar las ambiciones.




Y precisamente lo mismo se podría decir de Tey: ¿cómo se atreve a impregnar una novela de entretenimiento con cuestiones tan trascendentes? O peca de banalidad o de pomposidad, se diría. Y sin embargo, es suficiente un repaso a algunas de las mejores obras del género para descubrir que, aunque seguramente no de manera tan explícita, siempre hay en ellas un poso de profundidad que excede los límites de la simple lectura como pasatiempo. La responsabilidad moral, los límites entre justicia y ley o la asunción de las consecuencias de los propios actos son temas que de tan reiterados se han convertido en marcas del género.

De hecho, La señorita Pym dispone recuerda mucho a Los secretos de Oxford, la fantástica novela que Dorothy L. Sayers escribió una década antes. Comparten el mismo ambiente (una exclusiva escuela femenina), la misma dilatación del misterio, el mismo tono entre evocador y turbio. También Tey recurre a menudo al humor y a la descripción de caracteres extravagantes para dar colorido a su historia. Y, al igual que Sayers, demuestra cómo salir airosa de una combinación tan peligrosa como la que plantea. Ella sí es un dios omnipotente en su mundo.

Editorial Hoja de Lata

Traducción de Pablo González-Nuevo

martes, 1 de diciembre de 2015

No hay lugar seguro, de Tana French


El hecho de que las primeras ciento cincuenta páginas de No hay lugar seguro transcurran en la escena del crimen, mientras los investigadores buscan la menor prueba que pueda ser relevante para el caso, da muestras de la minuciosidad de Tana French, capaz poco más tarde de dedicar otras cuantas decenas de páginas a un interrogatorio sin agotar al lector; todo lo contrario, su capacidad para hacer que se mantengan todas los sentidos alertas y provocar ansiedad por conocer el siguiente paso son características de una de las mejores autoras actuales del género negro.

En esta ocasión toma el relevo de la narración Scorcher Kennedy, detective de homicidios al que conocimos en La última noche de Rose Daly, pero que ahora parece un personaje totalmente nuevo. Frente al fanfarrón y despiadado policía que se presentaba en la anterior novela, aquí Kennedy tiene la oportunidad de presentarse con todos sus matices, como un profesional íntegro y perspicaz. Al igual que en las anteriores novelas de French, el pasado se hace tan presente para los protagonistas que se mezcla con el caso actual de tal manera que no pueden permanecer indiferentes, se trata de algo personal.




Porque lo que hace a French única, más allá de su capacidad para elaborar tramas de intriga sólidas y absorbentes, es su habilidad a la hora de perfilar retratos psicológicos de una profundidad inaudita. Hay algo en sus personajes que logra que el lector se vincule a ellos con una fuerza todavía más poderosa que la que lleva a seguir sus tramas con absoluta dedicación. Sus personajes son seres reales, con sus contradicciones y sus cargas del pasado, en absoluto perfectos ni de una pieza, sino complejos y siempre envueltos en disyuntivas que habitualmente no terminan bien.

De hecho, en los libros de French saber quién ha sido, aunque no irrelevante, no es lo más trascendente. Lo que interesa a la autora y provoca la fascinación del lector, la necesidad de saberlo todo, es el porqué, el motivo que se esconde detrás de unos asesinatos brutales y en apariencia sin sentido. De ahí que uno de los puntos más interesantes de No hay lugar seguro sea cuando se produce la lucha entre el profesional que solo quiere cumplir con su cometido y el ser humano que necesita dar un paso más allá. Quizá se trate de la diferencia entre la ley y la justicia, un territorio en el que es imposible mantener el paso firme.

Editorial RBA

Traducción de Gemma Deza

viernes, 27 de noviembre de 2015

¿Cómo eres?, de Anne Enright


El argumento de ¿Cómo eres?, reducido a un apresurado resumen, podría parecer el de un melodrama anticuado o de telefilm. No sería difícil encontrar otras novelas o películas (preferiblemente irlandesas o españolas) con argumentos similares: unas gemelas separadas al nacer que sienten que les falta algo y que solo encontraran la plenitud de su existencia al reencontrarse. Incluso hay monjas de por medio.

Y, sin embargo, la novela de Anne Enright también se podría calificar, igual de apresuradamente, como un libro raro. Rarísimo. Para empezar nos encontramos con la presencia de la muerte y diversos problemas mentales como ejes de la narración. Pero no de una manera sensacionalista o morbosa, sino en ese sentido, también muy irlandés, en el que la desgracia y el humor se alternan de una manera natural. No es la ironía inglesa que oculta la incapacidad de expresar sentimientos, sino un sentido de la tragedia que se diría genético.




Se diría que Enright es una de esas autoras que parecen pensar que para qué vas a hacerlo fácil si puedes hacerlo complicado, y se las arregla para construir la novela a través de la multiplicación de puntos de vista y saltos tanto temporales como espaciales. Aunque también es cierto que tiene los recursos suficientes para evitar la confusión y marcar muy bien sus principales líneas argumentales, además de un dibujo rico y complejo de sus personajes.

Otro aspecto que incide en la rareza de la novela es la llamativa sintaxis de la autora, aunque en este caso no sabríamos si adjudicárselo a la propia Enright o a la traducción. En cualquier caso, a veces ¿Cómo eres? parece penetrar en una profundidad anímica de gran perspicacia, para después dar paso a una insoportable superficialidad. Sin dejar al lector intalarse en la comodidad, pero siempre ofreciendo una salida. Si los personajes se preguntan cómo son, la única respuesta posible es: extraordinarios. Como todos.

Editorial Poliedro

Traducción de Bianca Southwood

jueves, 26 de noviembre de 2015

Delfos, de Michael Scott


En su prólogo a Delfos, Michael Scott afirma que "la comprensión del mundo antiguo y, desde mi punto de vista, de toda la humanidad, está incompleta si no se comprende Delfos". Antes de meterse en el más complejo análisis de la segunda parte del enunciado, hay que admitir que después de leer el libro de Scott, de su afirmación inicial no hay ninguna duda: Delfos, más allá de su famoso oráculo, concentro en un pequeño y apartado lugar de Grecia la esencia de su época.

Una época que, por otro lado, se alargó desde al menos el siglo VIII a.C. hasta el siglo VI d.C., aunque extensiones plausibles hacia atrás y hacia adelante bien podrían convertir su historia en la historia de Occidente, desde el nacimiento de la civilización hasta lo que para muchos sería su destrucción, escenificada por hordas de turistas insaciables, pasando por distintas eras de esplendor y decadencia, gloria y destrucción.

Como decíamos, Delfos no solo fue la sede del más famoso y respetado oráculo de la Antigüedad, sino que también acogió la celebración de los Juegos Pitios, en su momento tan populares como los Olímpicos; y además a lo largo del tiempo se convirtió en un complejo monumental en el que se podían admirar algunos de los logros más destacados del arte clásico. Estas circunstancias hicieron de Delfos el lugar propicio para dirimir las más variadas cuestiones de lo que en aquella época era el centro del mundo.




No es de extrañar pues que se considerara Delfos como, literalmente, el ombligo del mundo. Con todo este material, Michael Scott, quien parece saberlo todo sobre el lugar y tiene una gran habilidad para transmitir sus conocimientos, compone un libro detallado y erudito que repasa todas las fases de la historia délfica con erudición y humildad, pues si bien no deja escapar ni un solo detalle que considere trascendente, es consciente de que el estado actual de conocimiento sobre Delfos no deja de ser limitado.

Por ello, Scott en todo momento deja claro que esto es lo que se sabe hasta ahora, pero que las interpretaciones podrían cambiar radicalmente con un solo hallazgo. Pero hay una idea que pervivirá a cualquier nuevo descubrimiento, lo que nos lleva de nuevo al planteamiento inicial. ¿Puede ayudar conocer la historia de Delfos a entender a la humanidad? ¿Realmente esas personas que creían con fe ciega lo que les decía una mística, supuesta portavoz de Apolo, eran como nosotros?

Sí, sin ninguna duda. Podemos burlarnos de la credulidad de los griegos, pero en la actualidad siguen existiendo los horóscopos, así que tampoco hay que pecar de soberbia. Y esto es solo una anécdota. Por mucho que se repita, no deja de ser sorprendente que los antiguos griegos lo inventaran todo, desde la Historia y la Filosofía hasta el teatro o la democracia. Pero todavía más turbador, o quizá tranquilizador, es que los hombres y mujeres contemporáneos siguen moviéndose en prácticamente los mismos parámetros mentales que estos antepasados tan peculiares. Nada nuevo bajo el sol.

Editorial Ariel

Traducción de Francisco García Lorenzana

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Veinte años después, de Alejandro Dumas


Que si su estilo es deslavazado, que si es literatura juvenil, que si sus novelas son larguísimas, que si abusa sin pudor de las coincidencias, que si tienen poco rigor histórico... Hay muchos motivos para dejar de lado a Alejandro Dumas, pero los alicientes para volver a leerlo ganan por aplastante mayoría. Porque es cierto que Veinte años después es una novela extensa (setecientas páginas de apretada letra en esta edición), pero no lo es menos que en ella nos encontramos de todo.

Hay aventura, por supuesto, pero también intriga, melodrama, recreación histórica, y ante todo una predisposición dionisiaca por pasárselo bien. La lectura ahora de esta novela, quizá veinte años después de haber disfrutado por primera vez de Los tres mosqueteros, devuelve todo el entusiasmo adolescente que producía el descubrir un tipo de lectura libre y febril, en el que la acumulación de peripecias no abotargaba, sino que producía una continua sensación climática.

En Veinte años después, los mosqueteros se ven envueltos en intrigas palaciegas de todo tipo (y cuya comprensión no es estrictamente necesaria), en el intento de salvación de Carlos I de Inglaterra, en dos conatos de guerra civil, uno en miniatura y otro en toda su extensión, que son capaces de evitar. Y mientras llevan a cabo sus peligrosas misiones, también tendrán que enfrentarse a un enemigo demoníaco, el pérfido Mordaunt, cuya maldad está a la altura de la de su madre...




Al mantener una traducción añeja (convenientemente corregida), se redobla la sensación de vuelta a un lugar especial. Quizá fue aquí donde descubrimos por primera vez algunas palabras (como tahalí), y de la misma manera se nos transmite la impresión de regresar a al manantial de donde todo surgió, a los libros donde nació la fascinación por la literatura y que, milagrosamente, mantiene su capacidad para hechizarnos. 

Es imposible recuperar la inocencia de la lectura de descubrimiento, pero no deja de llamar la atención cómo las aventuras de los tres mosqueteros han marcado de tal forma la ficción posterior. Más allá de las obras directamente inspiradas en los personajes de Dumas, sería imposible catalogar todos los libros y películas que han surgido de esta fuente primigenia. Como mitos modernos, D'Artagnan, Athos, Porthos y Aramis se han convertido en figuras tutelares de la literatura de aventuras contemporánea.

Esto se debe sin duda a la fantasía de Dumas, capaz de crear escenas memorables en una cantidad abrumadora, y de mezclar géneros con una naturalidad sorprendente. Pero sobre todo por su creación de personajes imbatibles (en más de un sentido). La astucia de D'Artagnan, la nobleza de Athos, la bonhomía de Porthos, el refinamiento de Aramis, y sobre todo la exaltación de la amistad y del honor, elevan a estos mosqueteros, en la mejor tradición homérica, a la categoría de símbolos atemporales.

Editorial Edhasa

Traducción de editorial Lorenzana, revisada por Carlos Pujol Jaumandreu y Carlos Pujol Lagarriga

viernes, 20 de noviembre de 2015

Con lo puesto, de Alan Bennett


Con lo puesto es uno de esos libros que no solo pueden leerse del tirón, sino que también parece estar escrito de una sentada. Y no porque en él Alan Bennett no haya incluido, detrás de una aparentemente simple anécdota, una rica historia de múltiples interpretaciones, sino porque la fluidez del estilo, la armonía con la que está desarrollada la peripecia, es tan natural que se diría que surge casi sin esfuerzo.

Como pasa con todas las novelas cortas y los cuentos de de Bennett, se trata de una lectura feliz, lo que se suele calificar como "deliciosa", aunque también es cierto que detrás de su aparente ligereza y su buen humor se esconde un retrato a menudo incómodo. En Con lo puesto nos encontramos con una pareja mal avenida que ve trastocada su rutina de aburrimiento y ritos monótonos cuando un día, al volver de la ópera, se encuentran con su casa totalmente desvalijada.




Sus protagonistas se ven ante una oportunidad de partir de cero, de dar algo de color a una vidas grises y cuya única perspectiva es la extinción. Por eso, al final, solo pervivirá quién ha conseguido ver que en su existencia puede haber algo más que sumisión e hipocresía. No se trata de un alegato de Bennett en contra del conformismo, es un autor demasiado sutil para caer en el buen rollo sentimental, pero sí una historia sobre la rebelión íntima y la bondad.

A fin de cuentas, toda la literatura de Bennet trata sobre personas normales a las que un incidente de apariencia mínima les transforma la vida. Son encuentros inesperados, situaciones excepcionales, revelaciones repentinas, que de golpe y sin avisar hacen replantearse a sus protagonistas todas sus convicciones. Y, ante todo, triunfa la admirable voluntad de Bennett por hacer de la lectura un placer desprejuiciado, quizá su apuesta más arriesgada.

Editorial Anagrama

Traducción de Jaime Zulaika

jueves, 19 de noviembre de 2015

Señores niños, de Daniel Pennac


La idea inicial de Señores niños es tan sencilla como una redacción escolar: unos niños se despiertan un día transformados en adultos, mientras que sus padres han vuelto a ser niños. ¿Qué pasa después? Un argumento sugerente pero que en principio no parecería dar mucho de sí, más allá de alguna divertida escena de equívocos, para terminar explicándose como un sueño o la broma de un hada juguetona.

Sin embargo, sabemos que Daniel Pennac no se iba a conformar con hacer las cosas tan sencillas. Con su habitual estilo fresco y natural, consigue convertir Señores niños en un relato que evita todas las trampas de la literatura juvenil (la más peligrosas de las cuales es la condescendencia), trasformándose él mismo en un chaval de doce años que sabe reflejar con viveza y gracia unos sentimientos que parecerían ya imposibles de recuperar.




Y eso que uno de los grandes aciertos de la novela es encontrar la voz narradora nada menos que en un fantasma. Bueno, o en algo parecido. Como bien repite el profesor Crastaing, la imaginación no es la mentira. Pero hay que tener cuidado con las fabulaciones, no porque puedan convertirse en realidad, sino porque en una novela, todo vale, pero no vale todo. Se puede jugar con los límites de la verosimilitud, pero un paso en falso y todo el montaje se viene abajo.

Por suerte, sabemos que con Pennac esto no va a pasar. Con nuevos personajes, pero sin salir de su querido barrio de Belleville, Pennac mantiene todo su sentido del humor, su gusto por la aventura cotidiana, su emoción sin sentimentalismos. En realidad las novelas de Pennac sí que son como cuentos de hadas, pero de hadas con un punto punk que disfrutan invirtiendo los valores de la sociedad convencional. Al lector solo le queda aprender a jugar con sus normas.

Editorial Mondadori

Traducción de Manuel Serrat Crespo

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Los caballeros las prefieren rubias, de Anita Loos


Ante la (no tan sorprendente) revelación de que William Faulkner era un declarado admirador de Los caballeros las prefieren rubias, surge la improbable pero sugerente teoría de si fue la novela de Anita Loos la que le dio la idea de convertir a Benjy en el narrador de El ruido y la furia, escrita poco tiempo después. Porque, lo que está claro, es que Lorelei, la narradora de la novela, es una tonta redomada. Aunque de esas tontas que saben muy bien cómo conseguir siempre lo que quieren.

En realidad la mayor habilidad de Loos es conseguir que esa voz narrativa, marcada por los latiguillos, los errores ortográficos, geográficos o morales, la inconsciencia general, no solo no se haga pesada, sino que deviene en admirable. Con completa inocencia, Lorelei puede contar las mayores barbaridades sin asomo de perplejidad. Loos evita convertirla en objeto del escarnio (para qué molestarse), lo que sería el camino fácil, y decide transformarla en el medio de expresión de una conciencia muy particular.




Por supuesto el objetivo de Loos no es tomarse las cosas en serio. Sus novelas no pretenden ser ni un retrato social con tintes de denuncia ni un estudio psicológico pormenorizado. Pero así, con toda naturalidad y una falsa ingenuidad, sí que consigue reflejar una época tan mitificada como los alegres años 20 con tanto color como en una novela de Fitzgerald. Y, como no, con un humor desbordante que casi un siglo después sigue teniendo la misma gracia maliciosa.

Bueno, el caso es que en Pero se casan con las morenas Lorelei ya ha alcanzado cierta destreza literaria y se decide a contar la vida de su amiga Dorothy. Lo cierto es que después de protagonizar las frases más cortantes y redondas de Los caballeros, en muchos momentos dignas del mejor Billy Wilder, era casi una obligación. Quizá ahora se pierda algo de frescura y la construcción dramática se imponga a la espontaneidad, pero siguen brillando la vis cómica y la doble lectura más inteligente detrás de la aparente frivolidad.

Editorial Alba

Traducción de Carlos Casas

martes, 17 de noviembre de 2015

La madre, de Edward St. Aubyn


Aunque en todos los libros de la serie, más allá de los personajes recurrentes, hay un claro tono unificador, lo cierto es que cada novela de Melrose es totalmente diferente. Si en su momento ya hablamos de las peculiaridades de cada una de las partes que integraban El padre, en La madre nos encontramos por un lado con la fragmentada, diversa y embarrancada Leche materna, y por otra con la reconcentrada, reflexiva y fulminante Por fin.

En un momento de esta última, Melrose dice que desprenderse de la ironía es mucho más difícil que desengancharse de la heroína, y bien que demuestra Edward St. Aubyn lo acertado de la afirmación. Porque todo lo retratado en estas novelas es deprimente, oscuro, casi insoportable: pedofilia, adicciones varias, suicidio, desesperación... Y sin embargo, St. Aubyn es incapaz de evitar teñir todo de humor, negrísimo pero también muy efectivo.




Y no porque no se tome todo esto en serio. Melrose ha tenido una vida capaz de producir mucho más que cinco tragedias, y su caída no parece tener fin. Pero siguiendo la tradición británica, St. Aubyn logra evitar que el drama eche a perder un buen chiste. De ahí lo sorprendente de estas novelas, lo que hacen de ellas una experiencia memorable: saber sacar de tanta suciedad, de una historia abocada al desastre, la chispa del ingenio y la fuerza para continuar adelante.

También nos encontramos de nuevo en Lecha materna y Por fin con la habilidad de St. Aubyn para crear personajes redondos. Ninguno de los retratados tiene un pase, empezando por el autodestructivo Melrose y pasando por cada uno de los patéticos asistentes al funeral de su madre. Pasear por esta recepción es asistir a un desfile de seres horribles que abarcan todos los matices de la repulsión humana. Y lo bien que nos lo hacen pasar.

Pero por supuesto también hay espacio para personas más humanas. En Lecha materna conocemos a Robert, el hijo mayor de Melrose, con una inteligencia y una capacidad de observación impropias en un niño de su edad, y que aporta un punto de vista clarividente. Su madre y su hermano completarán la posibilidad de una forma diferente de tomarse la vida. Entre tanto cinismo, obsesión por el dinero y maldad en estado puro, Melrose descubrirá que todavía tiene la opción de elegir vivir. Solo depende de que cambie de opinión, eso tan difícil de conseguir.

Editorial Random House

Traducción de Cruz Rodríguez Juiz

viernes, 13 de noviembre de 2015

La puerta de los ángeles, de Penelope Fitzgerald


La puerta de los ángeles es una novela repleta de misterios. Para empezar, bajo su apariencia de librito, esconde una nueva obra maestra de Penelope Fitzgerald. Su anécdota central ni tan siquiera alcanza la categoría de argumento, y sin embargo tiene una fuerza que pocos libros cargados de ambiciones alcanzan. Su estilo es ligero, fluido, sin alardes de estilo, pero incluso a través de la traducción (excelente, eso sí) se filtra el don para la escritura por el que Fitzgerald estaba bendecida.

Al principio puede parecer la típica novela inglesa de campus, con sus personajes excéntricos y sus diálogos en los que conviven con toda naturalidad propuestas trascendentes y una ironía omnipresente. Pero Fitzgerald es una experta en jugar con el lector (en el mejor sentido), y no solo se permite alegres saltos temporales y de punto de vista, sino que llegado un punto incluso se salta toda coherencia interna para introducir una historia aparentemente ajena, abandonando el punto de vista omnisciente para dar voz a un personaje secundario que se adueña de narración. Y funciona.




Como decíamos, apenas hay historia que contar. Tenemos a un joven profesor de Cambridge, científico pero que se fija en las cosas, y a una todavía más joven aspirante a enfermera, libre y generosa hasta el crimen. Un choque literal. Poco más que una screwball comedy. También se plantean cuestiones como la pérdida de fe, la existencia del alma o los límites del racionalismo. Y estamos en el momento mismo del nacimiento de la física atómica moderna. Elementos, como se ve, que no parecen muy fáciles de ligar. Pero...

Fitzgerald se lo toma todo a broma, pero con la mayor seriedad. Tiene algunos momentos que obligan a dejar el libro para desquitarse de la risa a gusto. Y escenas en los que, bajo una capa de sátira, plantea problemas eternos. También tiene otro misterio que no vamos a desvelar, pero que da al libro todavía otra capa de trascendencia. Con los poderes que le otorga la condición de escritora y creadora de mundos, Fitzgerald se guarda la posibilidad de conseguir la armonía perfecta.

Es muy difícil analizar un libro como La puerta de los ángeles, de hecho intuimos que penetrar en todos sus secretos sería como descifrar el código de un libro de claves. La lectura misma de la novela es un placer que no admite explicaciones, porque si nos paramos a pensar en qué consiste su maestría, por qué nos lo hace pasar tan bien y nos provoca tales sensaciones de plenitud, nos quedaríamos perplejos, sin capacidad de articular una explicación mínimamente convincente.

Y, sin embargo, estamos seguros de estar ante un libro único es irrebatible. Bueno, no tan único. Fitzgerald tiene más novelas.

Editorial Impedimenta
Traducción de Jon Bilbao


jueves, 12 de noviembre de 2015

Capturado, de Neil Cross


La ambición de todo escritor de thriller es mantener al lector pegado al libro, ansioso por pasar de página e inquieto por lo que pueda suceder a continuación. En este sentido, Capturado, con una progresión admirable, es todo un logro. Gracia a un ritmo imparable, Neil Cross logra hacer avanzar la acción en un crescendo de tensión que no deja tiempo para detenerse ni un momento a reflexionar.

Por otra parte, el argumento de Capturado no es demasiado original, de hecho recuerda mucho a la reciente película Prisioneros (posterior a la novela). Un posible enunciado argumental tampoco sería como para despertar grandes expectativas de innovación: un condenado a muerte sin nada que perder decide rendir cuentas con su pasado. Y sin embargo, Cross consigue que la falta de sorpresa juegue a su favor.




Porque lo que logra con esta historia es llevar el género a su esencia. Desprovisto de cualquier añadido superfluo, sin intentar disimular que su intención es ir al hueso, Cross firma una novela directa, a veces brutal, en la que anima al lector a dejarse llevar por la acelerada sucesión de acontecimientos sin plantearse cuestiones de verosimilitud, ni tan siquiera es importante la resolución de un enigma (aunque el autor no se priva de algún malévolo guiño).

Aunque es jugar con ventaja, hay que señalar que Cross es sobre todo conocido por sus guiones televisivos, en especial como creador de Luther. Eso hace inevitable pensar en Cautivos en términos audiovisuales. Los capítulos son muy cortos, casi como escenas, y la narración avanza a golpe de momentos culminantes seguidos de elipsis, sin desdeñar el uso de cliffhangers tan fastidiosos como efectivos. Sin posibilidad de una segunda temporada, Cautivos queda como una de esas miniseries británicas en las que todo funciona como un reloj.

Editorial Es Pop y Valdemar

Traducción de Óscar Palmer Yáñez

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Historia social del conocimiento, de Peter Burke


En tiempos del big data, cuando la información se ha convertido en apariencia en el producto más deseado, un bien mercantil valioso en sí mismo y que pone en cuestión temas como el derecho a la privacidad y es capaz de provocar guerras (o al menos decantarlas), un libro como Historia social del conocimiento demuestra que la importancia de la información viene de lejos y que la lucha por poseerla y controlarla ha marcado en gran medida la historia de los últimos siglos.

En este primer volumen sobre la historia del conocimiento Peter Burke se centra en la época que arranca con Gutenberg y llega hasta la publicación de la Encyclopédie, es decir, la Edad Moderna. Con la invención de la imprenta, la información, hasta entonces limitada y restringida, sufre una explosión que cambiará la faz de la tierra (Burke, al contrario de lo que suele ser habitual, deja atrás el etnocentrismo y también dedica parte de su estudio al mundo islámico y al lejano oriente).




El estudio de Burke, que consigue esa alquimia tan anhelada de combinar erudición histórica y divulgación, abarca en un libro relativamente breve cuestiones tan variadas como la geografía de la información, la clasificación del conocimiento, las formas de adquirirlo o el nacimiento de la incredulidad. Además, el libro está repleto de citas memorable y de anécdotas que van desde la descripción del libro más largo del que se tiene conocimiento (750.000 páginas) hasta la historia de las notas a pie de página.

Pero este apartado instructivo y a la vez entretenido es solo la superficie de un pensamiento profundo. Apoyado en las teorías de Foucault y entendiendo la Historia como un saber multidisciplinar, Burke alcanza una comprensión amplia y matizada sobre la importancia de la información. Como decía el muy citado en el libro Francis Bacon, saber es poder. Pero, para empezar, deberemos saber por qué.

Editorial Paidós

Traducción de Isidro Arias

martes, 10 de noviembre de 2015

El libro de Jonah, de Joshua Max Feldman


Durante toda la primera parte de El libro de Jonah Joshua Max Feldman pone a prueba el schadenfreude del lector: sus personajes son tan perfectos, jóvenes, inteligentísimos, guapos, ricos, que no se puede evitar sentir rechazo hacia ellos. Por eso, cuando la desgracia finalmente les alcanza, la sensación de arrepentimiento que se produce es turbadora. No sabemos si realmente era la intención de Feldman, pero sin duda consigue provocar un malestar inquietante.

Antes de llegar a ese punto de inflexión, El libro de Jonah parecía una mezcla de Tom Wolfe y John Grisham, aunque con pretensiones más intelectuales. Hay un retrato de las altas esferas de Nueva York, una panorámica de un mundo de altas finanzas y elevación académica que en un primer momento hace pensar que el libro va a ser un acercamiento al uno por ciento, quizá un ataque sarcástico. También hay un episodio en el que se ven involucradas grandes corporaciones y un proceso legal manipulado, muy bien desarrollado pero poco original.




Pero también en este aspecto se produce un quiebro y Feldman tira por un camino diferente, más similar al de un Paul Auster (en el que incluso se identifican algunos fetiches de este autor, como Ámsterdam). Feldman tiene unas insólitas pretensiones filosóficas y religiosas, y se esté más o menos interesado en estos planteamientos, al menos hay que reconocer lo poco habitual que es encontrarse con una novela contemporánea cuestiones sobre la fe y el sentido de la vida con seriedad. Esto, en una novela inglesa, sería sencillamente inimaginable.


Por eso El libro de Jonah va más allá del concepto de bestseller alternativo (conjunto ya de por sí inaudito) y despliega señas de identidad propias. Feldman demuestra destreza en la construcción de historias paralelas y valentía a la hora de dar giros bruscos, aunque todavía (El libro de Jonah es su primera novela) se muestra demasiado dependiente de algunos referentes que hacen previsible y algo autoconsciente el desarrollo de la trama. Al final queda el ánimo casi provocador de tratar grandes temas con profundidad y sin ironía.

Editorial Libros del Asteroide
Traducción de Damià Alou

viernes, 6 de noviembre de 2015

El año del verano que nunca llegó, de William Ospina


La reunión entre Lord Byron, Mary Wollstonecraft, Percy Shelley y John Polidori en el verano de 1816 en una villa cerca de Ginebra no solo propició la creación de Frankenstein y El Vampiro, sino que ha dado material suficiente para que multitud de creadores investiguen, especulen y fantaseen sobre lo que allí sucedió. Y no es para menos, pues según se propone demostrar William Ospina en El año del verano que nunca llegó, allí nació la mitología moderna.

No hay ninguna duda de que el suceso es jugoso. Es inusual que se juntaran tal cantidad de talentos y biografías apasionantes en un mismo lugar, y además en un momento tan particular como ese verano que, debido a la erupción del volcán Tambora, nunca llegó a producirse. Pero es que además en esos días se fraguó la creación de dos figuras que en poco tiempo iban a definir los miedos modernos y que todavía hoy nos acompañan.




Por eso no es de extrañar que Ospina cayera fascinado ante esta historia que estaba reclamando ser contada, y que tantos escritores han intentado hacer suya. El acercamiento de Ospina es tan personal que ha convertido El año del verano en una investigación que atañe tanto a lo que pasó en Villa Diodati como a su propia persona. Así, el libro se convierte en un documental sobre su propia elaboración, repleto de vivencias íntimas y de secretos sobre cómo una obsesión se puede transformar en una obra de arte.

Pero El año del verano no es uno de esos libros cerrados en los que la introspección expulsa al lector. Ospina no se olvida de su objetivo principal y a través de una compleja y a menudo sorprendente concatenación de casualidades, de nombres entrecruzados, de legados compartidos, construye una visión amplia y poética que intercala con total naturalidad pasado y presente, mito y razón, literatura y vida. No es raro que tal empeño le costara al autor la salud: es el sacrificio que impone la búsqueda de la verdad.


Editorial Random House

jueves, 5 de noviembre de 2015

Especulación, de Thomas Wolfe


Cuando se dice de un autor que es un "escritor para escritores" suele haber varias interpretaciones diferentes (si no es un comodín que esconde que no se tiene mucho más que decir sobre él, o que no se le ha leído, con justificación). En el caso de Thomas Wolfe, aparte de certificar un hecho objetivo (Wolfe quizá fue el escritor americano más admirado entre la generación posterior), también puede indicar la dificultad que puede suponer para un lector "no experto" el entrar en su obra.

El estilo de Wolfe es detallista, moroso, sin miedo a la reflexión y al embelesamiento estético. Salvando las distancias, se le podría comparar con Gabriel Miró, un autor más preocupado por la belleza de la frase y la descripción exhaustiva que por el argumento y el desarrollo dramático. Esto es especialmente cierto en novelas largas (muy largas) como El ángel que nos mira, uno de esos libros que exigen lectores especiales.




Por eso quizá para aproximarse a Wolfe es mejor empezar con libros como Especulación, una novela corta (se lee en una hora) en la que el autor, sin traicionar su estilo, va al grano y realiza un retrato instantáneo, casi al natural. Por otra parte, el tema de Especulación no podría ser más actual: nada menos que una burbuja inmobiliaria. Así que en esta ocasión en lugar de un libro distante y frío, nos encontramos con una narración viva y que comprendemos muy bien.

Pero más que moral, la visión de Wolfe sigue siendo estética. Para él la avaricia y el disparate económico tiene unas consecuencias que van más allá de la ruina monetaria: se trata de la destrucción del pasado, de todo lo que era bello, en pos de unas ilusiones que no llevan a ninguna parte. A fogonazos, sin más dibujo psicológico que el apunte discreto, Wolfe firma una nouvelle salida más de la necesidad inmediata que de la, digámoslo así, especulación intelectual.

Editorial Periférica

Traducción de Juan Sebastián Cárdenas

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Hacer el bien, de Matt Sumell


Al comenzar a leer Hacer el bien podría dar la sensación de que se trata de una de esas abundantes novelas que se sitúan en la estela de El guardián entre el centeno, pero a lo bruto. Lo que pasa es que Albert, el protagonista y narrador, ya ha pasado la treintena, por lo que el pavo que se puede esperar en un adolescente se ha transformado en él en algo muy parecido a la sociopatía. Siempre rabioso, proclive a la violencia, incapaz de estar a gusto en ningún lugar, Albert se expresa a través de golpes, que también sacuden al lector.

Porque si tuviéramos que describir la novela de Matt Sumell con un solo adjetivo, sería el de "salvaje". Su estilo es tan directo, tan desesperado, tan desbocado, que la voz de Albert sale de las páginas para arrastrar al lector como un torrente ante el que se ve incapaz de protegerse. Lo que dice Albert es muy bestia, pero no podremos evitar reírnos con él, y lo que puede llegar a ser más preocupante, a conmovernos.




Sumell en ningún momento busca la empatía, no intenta justificarse ni se preocupa por algo tan cursi como quedar bien. Lo que en una novela convencional sería una historia de caída y redención, en Hacer el bien es una provocación continua, un corte de mangas punk a las normas del buen comportamiento y la buena escritura. Hay una escena ejemplar en la que Albert, después de una de sus caídas, ve a una chica y comienza a fantasear con lo que podría ser su futuro juntos. Esto es, la novela que podría haber sido y que por fortuna no es.

Como decíamos, Hacer el bien es salvajemente divertida. La locura de Albert y su expresividad provocan equivalentes estallidos de risa de esa que da remordimientos pero que es imposible de sujetar. Pero allí escondidos, luchando por no hacerse manifiestos, también hay sentimientos más nobles, propósitos de enmienda. Porque hay mucha tristeza y soledad, solo que no se ve el camino para superar la pérdida y controlar ese lado autodestructivo que puede llevar a Albert a los lugares más profundos. Hacer el bien es una novela tan especial que hay que leer hasta los agradecimientos: incluso allí nos llevaremos alguna sorpresa.

Editorial Turner

Traducción de Ismael Attrache

martes, 3 de noviembre de 2015

Diarios, de Samuel Pepys


En los diez años que abarcan los Diarios de Samuel Pepys (de 1660 a 1669), el autor pudo vivir de primera mano la restauración de los Estuardo (incluso acompañó al rey en el barco de regreso desde Holanda a Inglaterra), la mortífera peste de 1665, el incendio que arrasó Londres el año siguiente o diversas guerras que pusieron al país al borde de la ruina y la invasión. No es extraño pues que este libro se haya convertido en una fuente indispensable a la hora de conocer una época tan fascinante como la que Pepys describió con una minuciosidad notarial.

Pero estos Diarios son especialmente interesantes porque además de retratar unos acontecimientos de tal trascendencia histórica, Pepys también se dio la libertad de contar su propia vida sin ningún pudor. Protegido por su escritura en clave (en la que además, gracia a su facilidad para los idiomas, incluía fragmentos en español, francés o portugués en pasajes especialmente delicados), Pepys describió con detalle sus aficiones más íntimas y desveló los secretos de una sociedad que conocía profundamente.

Cierto que a veces el relato puede parecer rutinario (y eso que esta edición de Renacimiento solo recoge una parte reducida de los Diarios, que en su edición completa alcanza los nueve volúmenes), pero es gracias a esta naturalidad que se transmite la esencia de una época y el espíritu de una persona extraordinaria, sí, pero muy representativa de una época y un lugar. Pepys es a la vez protagonista y testigo y sus anotaciones una mezcla de confesiones y de retrato naturalista.




Así, muchas veces las páginas de estos Diarios son una sucesión de comidas (que no desmienten la mala fama de la gastronomía británica), trabajo (Pepys era un alto funcionario extremadamente competente), cotilleos (con tal proliferación de amantes que por momentos parece una crónica francesa), visitas al teatro (es conocido el desprecio de Pepys hacia Shakespeare) y escarceos amorosos (entusiasmo seguido de su correspondiente arrepentimiento).

Pero, entre escenas repetidas y mundanas, también se cuelan acontecimientos de una relevancia indiscutible. Por ejemplo, Pepys pasa de apoyar de corazón a Carlos II (como antes había hecho con Cromwell) a lamentar su ineficacia y la evidencia de que el monarca ponía sus intereses particulares por encima de los del país. Pepys, hijo de sastre que llegaría a ser miembro del parlamento, combina como nadie lo sublime y lo pedestre, las celebraciones de alto copete y las ruindades más rastreras.

Lo cierto es que Pepys no acaba de caer del todo bien. Es un ser profundamente egocéntrico, obsesionado con el dinero y que maltrata a su mujer. Pero el lector contemporáneo debe agradecerle su sinceridad, su capacidad para transmitir, pese al paso del tiempo, lo que habita en el fondo de su alma. Porque a través a estos Diarios no solo podrá conocer mejor su época, sino que certificará que, a lo largo del tiempo, la esencia del ser humano sigue siendo la misma.

Editorial Renacimiento

Traducción de Norah Lacoste y Victoria León

viernes, 30 de octubre de 2015

París D.F., de Roberto Wong


De la misma manera que Arturo, el protagonista de París D.F., superpone los mapas de París y Ciudad de México para construir un mundo en el que los lugares de la memoria y el paisaje urbano se solapan, Roberto Wong ha construido con su primera novela un híbrido en el que las huellas literarias y la vida se mezclan para configurar un libro desquiciado y alucinante en el que la realidad es solo un reflejo apenas recordado.

Entre los referentes literarios de Wong hay algunos evidentes, como el de la Nadjia de Breton, pero también otros más ocultos, como podría ser Mario Levrero. En la escritura de Wong encontramos el mismo instinto suicida, el mismo mundo inquietante y que se cae a pedazos, con un protagonista que apenas se esfuerza por permanecer de pie en las últimas baldosas que todavía le unen con su pasado, mientras que las perspectivas de construirse una "vida", ese siempre soñado viaje a París, se transforma en una entelequia similar a la posibilidad de viajar a Marte.




En su intento por dotar a su narración de una singularidad expresiva, Wong utiliza algunos recursos poco habituales en la novela, como el uso del presente o de la segunda persona, además de intercalar capítulos en los que el protagonista se adueña del punto de vista, saltos en el tiempo en los que reína lo confusión o la introducción, a modo de flash forwards, de personajes en apariencia ajenos a la historia.

Si al inicio de la novela la historia, pese a la innovaciones señaladas, es más o menos coherente, según avanza se va haciendo cada vez más compleja. Paralelamente a la transformación del D.F. en París, el lector, de la misma manera que Arturo, va perdiendo su ligazón con lo que sucede a su alrededor y la fantasía, los espejismos y la pérdida de la conciencia se unen para formar una pesadilla de la que ya será imposible escapar.


Editorial Galaxia Gutenberg