Desde
el inicio de Crónica literaria se percibe que Edmund Wilson va a
arremeter con toda su artillería: ni tan siquiera F. Scott
Fitzgerald, estrella rutilante del momento y con el que Wilson
mantenía una relación personal desde sus tiempos universitarios, se
libra de un desmontaje despiadado por parte de quien fue considerado
como el más influyente crítico norteamericano de la época. Poco
más tarde, Wilson completará su acoso y derribo con una parodia del
estilo pretencioso y vacuo del autor y la rememoración de una fiesta
en la que Fitzgerald muestra toda su superficialidad.
En
el resto del libro, un repaso literario por los años 20, 30 y 40,
Wilson prosigue con su tarea de demolición, de la que no quedarán a
salvo ni Kafka, ni Oscar Wilde y ni tan siquiera Tolstoi. Si Wilson
es capaz de encontrar defectos a Guerra y paz, es que ningún autor
puede estar tranquilo. También es cierto que en cada caso encuentra
algún aspecto a valorar. Por seguir con Fitzgerald, admite que cada
nueva obra suya es muchísimo mejor que la anterior: sus aguijones
deberían verse, pues, como estímulos para continuar la progresión.
Porque
el estilo de Wilson no es como el de estos críticos que se regocijan
en el ataque gratuito y buscan puntos débiles personales. Sus
comentarios siempre son razonados (se compartan o no), sus apuntes
son agudos y sus reflexiones merecen consideración. Y sus fobias no
entienden de clasificaciones ni de cánones: puede desacreditar tanto
la pedantería de Ezra Pound como la última moda editorial. Wilson
tiene un punto de soberbia, pero por suerte también mantiene la
modestia necesaria como para admitir la posibilidad de estar
equivocado.
Aparte
de disfrutar con esta mirada diferente y desafiante hacia autores que
se suelen considerar como intocables, el lector de Crónica literaria
también descubrirá que algunos tópicos del mundo de las letras
tienen una larga tradición. Así, Wilson describe la novela
romántica perfecta (y detestable) de tal manera que podría
concordar punto por punto con cualquier guía actual.
Wilson también siente un rechazo visceral hacia la novela policíaca,
en la que no ve más que fórmula y manierismo. Eso sí, encuentra el
motivo que explica la popularidad del género. Pero, para honrar su
tradición, no lo desvelaremos.
Editorial
Barral
Traducción
de Manuel Reguera
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