Puede que Dorothy Parker
sea uno de los máximos ejemplos de escritores ahogados por su
popularidad. Su propia persona y cierto aura de frivolidad ha causado
que no se tome su obra tan en serio como merece. Y si no en serio, al
menos con respeto y sin prejuicios. Porque al leer un relato como Una rubia imponente lo que queda claro es que se trataba de una escritora
más profunda que superficial y que, más allá de su fama de
incisiva cómica y creadora de memorables frases, poseía al menos la
misma capacidad y recursos para sumergirse en el drama.
El estilo de Una rubia
imponente es tan seco como empapada de alcohol está su historia. Se
trata de uno de esos cuentos de la prohibición en los que sus
protagonistas viven para beber y no son capaces de concebir una
existencia sin whisky. Pero el alcoholismo no es más que el telón
de fondo de la narración, en realidad centrado en la figura trágica
de Hazel, que en una metáfora fácil se podría describir como un
bombón de licor. Sin que se expliquen los motivos (todavía no había
llegado la moda del psicologismo), el lector asiste al derrumbe de la
protagonista, a la que no le sale nada bien, ni tan siquiera es capaz
de acabar con todo.
Esta edición de Una rubia
imponente cuenta con las ilustraciones de Elisa Arguilé, que aportan
sensibilidad y claridad a una historia tan dura y directa que no se
permite ningún otro adorno. Con un desarrollo implacable que
configura un retrato de la desolación sin concesiones ni melodrama,
Parker firmó un relato que sobrepasa las constricciones del paso del
tiempo para erigirse en un homenaje sincero y sentido a los
desgraciados, a aquellos a los que el mundo les sobrepasa y solo
encuentran refugios temporales. Y no hasta que pase la tormenta, sino
hasta que el techo definitivamente se venga abajo.
Editorial
Nórdica
Traducción
de Elisa Arguilé
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