En
la cinematografía norteamericana actual abundan las películas que
siguen el clásico esquema del western, en sus múltiples variantes:
el forastero que llega a un lugar donde es recibido con hostilidad y
poco a poco se va ganando el aprecio de los lugareños; el asedio
implacable del fuerte por grupos violentos; los duelos al sol entre
enemigos irreconciliables. Estas transposiciones se han llevado al
pasado y al futuro, a ciudades modernas y a mundos inexplorados. Pero
ya nunca al Oeste: el género ha mantenido sus moldes, pero ha
perdido sus señas de identidad más evidentes. Y es que parece que
ya nadie se atreve a llamar las cosas por su nombre.
La
épica también es un género que ha perdido su posición en la
literatura y en el cine. Ya sea por cinismo, por falta de agallas o
por déficit de talento, una de las grandes creaciones de la cultura
prácticamente se ha evaporado de la faz de las letras. Y de la vida
real, se diría. Por eso la gesta de los astronautas permanece viva
en la imaginación popular como la última gran epopeya humana. Los
astronautas son idealizados, ejemplos de lo mejor del ser humano,
capaces de realizar hazañas que desafían la imaginación.
En
Lo que hay que tener Tom Wolfe se planteo el reto de recuperar la
épica y a la vez modernizar el género. Los astronautas que presenta
son retratados como personas extraordinarias en sus capacidades, pero
también muy normales, con sus debilidades y carencias. Son gente que
posee “lo que hay que tener”, que es algo más que valor (pues
valor lo puede tener hasta un imbécil). Lo que hay que tener es
saber comportarse en los momentos de mayor peligro, mantener el
control en situaciones desesperadas, no perder los nervios ni
pifiarla. Ser un hombre, se diría en otros tiempos.
Pero,
como decíamos, los astronautas no eran los seres inmaculados que
presentó la prensa. Por ejemplo, Wolfe parece tener poca simpatía
por John Glenn, el americano perfecto, devoto de la iglesia, ejemplar
padre de familia y patriota sentido. Pero también ambicioso,
narcisista y un pelín aprovechado. Porque según cuenta Wolfe, los
seleccionados para las primeras misiones espaciales norteamericanas,
los elegidos para la gloria, no eran los mejores en su campo. Tenían
indudables cualidades, sin duda, y lo que hay que tener, pero también
tuvieron a su favor ese factor determinante que es la suerte.
La
lectura de Lo que hay que tener pone al lector en la piel de estos
exploradores. Wolfe tiene el talento para la narración emocionante,
directa y sin artificios. Va al grano sin olvidarse de los detalles
más relevantes. Pero esta capacidad para contar historias se ve
enriquecida por su labor de documentación y de reporterismo puro. Es
patente que ha tenido acceso a relatos de primera mano de todos los
sucesos que narra, y tiene una inigualable capacidad para transformar
estas historias personales en vividas secuencias que ponen la piel de
gallina.
En
el contexto de la Guerra Fría las batallas eran más simbólicas que
reales. La lucha por la conquista del espacio enardecía corazones y
hacía brotar lágrimas. Aquellos muchachos de apariencia limpia eran
el escudo y la avanzadilla del país. Pero esta situación de
excepcionalidad no podía durar. En el libro no podían falta la
crítica a los medios de comunicación sensacionalistas, a los
políticos oportunistas, a una sociedad en su conjunto que vio a los
primeros astronautas como héroes con resonancias bíblicas para
olvidarse de ellos cuando ya no eran necesarios.
Editorial
Anagrama
Traducción
de J. M. Álvarez Flórez y Ángela Pérez
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