Según dice un no tan
viejo chiste, el psicoanálisis es una cosa de locos. Durante mucho
tiempo las teorías de Freud imperaron como verdades casi
incuestionables para, con el paso del tiempo, convertirse en poco
menos que objeto de chufla y total descrédito académico. Uno de los
motivos que se esgrimieron para atacar a Freud era que había
universalizado principios morales y de conducta en realidad
circunscritos a una clase social determinada (la alta burguesía),
una época concreta (principios del siglo XX) y una ciudad muy
particular (Viena). Hoy en día se podría decir que el psicoanálisis
sigue siendo igual de localista: parece que tan solo en Nueva York y
Buenos Aires sus representantes mantienen algo de crédito.
Por eso no es sorprendente
que La mujer temblorosa haya salido precisamente de Nueva York. Pero
no deja de ser llamativo que Siri Hustvedt, quien indudablemente ha
realizado un trabajo de documentación extraordinario y que ha
convertido el estudio sobre la mente en una obsesión, confíe tanto
en el psicoanálisis como para considerar esta disciplina un método
fiable de tratamiento y diagnóstico. También es cierto que Hustvedt
parece sufrir esa patología que caracterizan a los estudiantes de
primero de Medicina: padece todas las enfermedades sobre las que lee.
Tiene migrañas, alucinanciones auditivas y visuales, temblores de
origen indeterminado y algunas otras dolencias variadas. Con un
padecimiento así no es de extrañar que busque respuesta en los
lugares más insospechados.
Pero por muy alejados que
nos sintamos de las ideas de Hustvedt y sus guías, su escritura es
tan convincente que hace que nos pongamos de su lado y podamos
comprender su proceso hacia un intento de comprender el origen de sus
sufrimientos. Ella misma lo explica al hablar de algunas novelas en
las que la voz de la narradora es tan persuasiva que por mucho
rechazo que nos provoque, nos sentimos cautivados. Desde luego, La
mujer temblorosa merece ser tomado en serio. Tanto la solidez de los
conocimientos de Hustvedt como su habilidad para contar historias
está fuera de duda. Otra cosa sea que podamos concordar con sus
ideas.
Porque a veces la autor se
sitúa peligrosamente cerca del dualismo, y peor todavía, del
relativismo (¡anatema!). Hustvedt prefiere hablar de pensamiento
blando, tolerante, abierto a matices y ajeno a la contundencia de las
verdades reveladas e inamovibles. Es muy fácil simpatizar con esta
postura, aunque sin dejar de tener claro que hay teorías
inverosímiles y ya descartadas hace tiempo, y otras ideas que no
admiten discusión ni medias tintas. En cualquier caso, y a fin de
cuentas, La mujer temblorosa se lee como la historia de una mujer en
lucha contra sus miedos tanto como contra sus enfermedades. Una mujer
que no teme enfrentarse a sus debilidades ni tiene pereza a la hora
de buscar soluciones.
Editorial
Anagrama
Traducción
de Cecilia Ceriani
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